Tercera Guerra Púnica
(149 a.C.—146 a.C.)
La llamada Tercera Guerra Púnica (149 a. C.-146 a. C.)
comprende casi en exclusiva la batalla de Cartago, una operación de asedio de
larga duración que acabó con el saqueo y la destrucción completa de la ciudad
de Cartago. Las causas de la guerra fueron, por un lado, el creciente
sentimiento anti-romano en Hispania y Grecia, y por el otro, el visible
resurgir del poderío militar cartaginés, reducido artificialmente por Roma tras
la Segunda Guerra Púnica.
Obligada a un ejército puramente nominal por las condiciones
del tratado de paz con Roma, Cartago sufría regularmente incursiones de saqueo
desde la vecina Numidia, las cuales, a raíz del mismo tratado, eran arbitradas
por el Senado romano, quien solía favorecer a ésta en la mayoría de sus
resoluciones. Tras soportar esta situación durante casi cincuenta años, Cartago
consiguió pagar todas las indemnizaciones de guerra que le debía a Roma, tras
lo cual comunicó públicamente que dejaba de considerarse ligada a las
restricciones del tratado, en contra de la opinión de Roma. Organizó un
ejército para resistir a la siguiente incursión númida, aunque perdió, lo que
le supuso el pago de más indemnizaciones (esta vez a Numidia).
Alarmados por este rebrote de militarismo cartaginés, y
temiendo el resurgir del mayor campeón de la causa anti-romana, muchos romanos
abogaban por su destrucción completa a modo preventivo. Catón el Viejo, a quien
también disgustaban las muestras públicas de opulencia que se hacían en la
ciudad, tras ser testigo del resurgir del viejo enemigo en un viaje a Cartago,
solía acabar todos sus discursos en el senado, sin importar cual fuera el tema,
con la frase:
Ceterum censeo
Carthaginem esse delendam («Es más, creo que Cartago debe ser destruida»)
Durante el año 149 a. C., Roma realizó una serie de
reclamaciones, a cual más exigente, con la clara intención de empujar a Cartago
a una guerra abierta, proporcionando un casus belli que esgrimir ante el resto
del mundo antiguo. Tras exigir la entrega de 300 hijos de la nobleza
cartaginesa como rehenes, se demandó que la ciudad fuera demolida y trasladada
a otro punto más hacia el interior de África, lejos de la costa. Esa fue la
gota que colmó el vaso de la paciencia cartaginesa. Se negaron a aceptar tal demanda,
y Roma declaró el inicio de la Tercera Guerra Púnica. La población de Cartago,
que hasta el momento había confiado principalmente en el uso de mercenarios,
tuvo que tomar una parte mucho más activa en la defensa de la ciudad. Se
fabricaron miles de armas improvisadas en un corto espacio de tiempo,
llegándose incluso a emplear pelo de las mujeres cartaginesas para trenzar
cuerdas de catapulta, con lo que se logró rechazar el ataque inicial romano.
Una segunda ofensiva, liderada por Publio Cornelio Escipión
Emiliano, acabó tras un asedio de tres años de duración en el que finalmente
los romanos lograron romper las murallas de la ciudad, la saquearon, y
procedieron a quemarla por completo hasta sus cimientos. Los habitantes
supervivientes fueron vendidos como esclavos, y Cartago dejó de existir hasta
que César Augusto la reconstruyera como colonia para veteranos, un siglo más
tarde.
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