Sanavirones:
Los Sanavirones se ubicaban al
sur de los Tonocotés, en la zona baja del río Dulce hasta la laguna de Mar
Chiquita. Por el norte llegaban hasta el Salado, en la región de la actual
Pinto, por el oeste hasta las sierras de Sumampa y por el sur hasta el río Primero,
en Córdoba. Su origen era posiblemente húarpido chaqueño, mezclado con grupos
brasileños.
Eran sedentarios y agricultores
como los Tonocotés. Cultivaban el maíz y frijoles, criaban llamas y avestruces,
pescaban, recolectaban el fruto de la algarroba, del mistol y del chañar y
cazaban los animales y las aves de la zona.
De estatura mediana, vestían una
especie de camisetas y gorros tejidos. Eran buenos alfareros y en la zona que
habitaron se encontraron importantes yacimientos arqueológicos con restos de
cerámica y petroglifos. Los fragmentos de alfarería muestran distintos tipos de
decoración pintada de color negro y gris y grabadas con formas geométricas o
impresiones hechas con fibras vegetales tejidas. También fueron encontrados
gran número de torteros que revelan el desarrollo de la tejeduría.
Enterraban a sus muertos en urnas
funerarias. Vivían en casas grandes que albergaban a varias familias. Estaban
semienterradas por la falta de madera para la construcción y para abrigo en el
invierno. Se agrupaban en aldeas de hasta 40 chozas rodeadas de arbustos y
ramas espinosas para defensa. Sus armas eran el arco, la flecha y la macana.
Las puntas de flechas eran de hueso y de piedras triangulares.
Laguna Mar Chiquita - Cordoba - Argentina |
Su lengua fue poco estudiada. Sin
embargo quedan algunos topónimos originados en la misma, como Sumampa (mampa en
lengua sanavirona significa "agua que corre" y su, sería la
abreviatura de la voz quichua súmaj que quiere decir "lindo"),
Cantamampa, etcétera. También se conoce el significado de otras palabras como
sacat: "pueblo" y chavara: "cacique".
Cuando se fundó la ciudad de
Santiago del Estero, fueron repartidos en encomiendas entre los vecinos y
veinte años después, sucedió lo mismo en la fundación de Córdoba. Como
consecuencia del desarraigo y la mestización, desaparecieron con el correr del
tiempo.
Reducciones y encomiendas:
Para realizar sus asentamientos,
los españoles siempre buscaron lugares donde hubiesen aborígenes para que
trabajasen para ellos, utilizándolos mediante el sistema de encomiendas. Las
ciudades españolas en América fueron levantadas por mano de obra indígena; las
casas eran construidas por ellos, eran los siervos de los españoles, cazaban
para ellos, les cocinaban y las mujeres eran sus mancebas.
Las encomiendas consistían en la
cesión de un grupo de aborígenes a un español para que percibiera y cobrara para
sí los tributos que debían aportar los aborígenes mediante su trabajo. A
cambio, el encomendero debía cuidarlos, proveerles vestimenta y alimento,
enseñarles a trabajar e instruirlos en la fe católica. La Corona Española
pretendía con esto que se poblaran y defendieran los territorios conquistados;
sin embargo los abusos de los encomenderos fueron numerosos y derivaron en la
explotación que diezmó a los indígenas.
La pacificación de los aborígenes
se efectuó por medio de las Reducciones, que tenían por objeto atraer a los
indígenas a una vida sedentaria y pacífica, agrupándolos en tribus y pueblos.
La conquista espiritual tuvo finalidad religiosa y educativa. En la Gobernación
del Tucumán había siete reducciones, casi todas sobre el río Salado. Entre ellas
se encontraban: la Reducción de Concepción de Abipones, la Reducción de San
José de Vilelas y la Reducción de San José de Petacas.
La orden religiosa de la Compañía
de Jesús fue la encargada de dichas reducciones. A las mismas se las eximió de
todo tributo y no se permitió en ellas ninguna encomienda. Tenían su régimen
especial, con un gobierno mixto de misioneros e indígenas, los tres primeros
días de la semana trabajaban para el patrimonio común, todo niño era educado a
costa del pueblo, no había ni ricos ni pobres, todos vestían de igual manera.
Para ausentarse de la reducción, los indígenas necesitaban un permiso especial.
No estaba permitido que vivieran allí, por más de tres días, españoles, negro o
mulatos. Los aborígenes recibían instrucción religiosa y educación primaria,
aprendían música y algún oficio manual. Los jesuitas los bautizaban y les
enseñaban el catecismo. También les enseñaban a tallar, esculpir, pintar, tocar
instrumentos musicales, etc. Para protegerse de los portugueses y de otros
indígenas hostiles, se organizaron milicias indígenas. Así, las reducciones
llegaron a tener vida autónoma tanto de las autoridades españolas como de las
autoridades eclesiásticas.
Siglos XVII y XVIII:
En diciembre de 1611 arribó a
Santiago del Estero el doctor Francisco de Alfaro, oidor de la Audiencia de
Charcas, en su función de visitador general. Llegó para analizar sobre si era
lícito o no el servicio personal de los naturales, en la forma en que se estaba
practicando. Y se resolvió que no lo era. De esa manera reglamentó el servicio
de mita que debían prestar los indígenas. También efectuó un relevamiento que
detectó la existencia de 8000 indígenas empadronados en Santiago del Estero. Al
comienzo del siglo XVIII no llegaban a 4000, aunque en 1717 según el padre
Jiménez dudaba que llegaran a 2000.
A lo largo de estos dos siglos es
notable la disminución de la población indígena en la región debido a los
abusos provocados por los españoles. Según el Censo de 1608, en Santiago del
Estero había 28 encomenderos. Hacia 1673 existían en la gobernación del Tucumán
178 encomiendas. En 1719 se mantenían solamente 97, los demás se habían
extinguido. Los abusos provocaron un exterminio que se aprecia al comparar los
números de indígenas que habitaban en las encomiendas a lo largo de los tres
siglos que duró la colonia española.
Debido a la vida autónoma que
habían adquirido las reducciones, se generaron recelos de muchos detractores
que derivó años más tarde en la Expulsión de los jesuitas de España de 1767
ordenada por el rey Carlos III sobre todos los dominios españoles. Los bienes
de la orden fueron confiscados y las reducciones fueron entregadas a los padres
franciscanos y más tarde a administradores laicos. Concretada la expulsión, la
obra de los jesuitas quedó totalmente truncada. Las iglesias y escuelas
cerraron y las reducciones se despoblaron de indígenas. Estos últimos se
dedicaron al pillaje y al asalto constante de las ciudades cercanas.
Durante la segunda mitad del
siglo XVII y primera del siglo XVIII, era repetitivo que los convoyes de
carretas que viajaban desde Santiago del Estero a Salta, a Córdoba o a Santa
Fe, fueran asaltados por indígenas, quienes además de robar las mercancías
daban muerte a los pasajeros. Cuando llegaba la noticia a oídos del gobernante
de algunas de esas ciudades, ordenaban la persecución y el castigo de los
asaltantes. A tales efectos salía la tropa y sin averiguar quiénes eran los
culpables, caían espada en mano sobre el primer contingente de aborígenes que
hallaban en su camino "haciendo justicia", sin percatarse de que con
ese proceder tan poco racional e injusto sólo contribuían a exasperar más y más
a los indígenas.
Los gobernadores del Tucumán
pensaron en varias ocasiones en una acción que acabara de una vez y para
siempre con las depredaciones, asaltos y matanzas, pero todos esos esfuerzos
salieron frustrados. Durante estos siglos, la frontera del doctor Francisco de Alfaro, fue la
obsesión de gobernantes por el problema de los malones. Más allá de esa línea,
sólo existían el bosque y los indígenas. La provincia de Santiago del Estero
defendió a las provincias limítrofes de estos ataques, tanto que toda su
población, españoles, negros, criollos y esclavos, estuvieron día y noche durante
siglos ocupados en la defensa.
Siglo XIX:
rio salado |
Hacia 1810, la situación de la
frontera del río Salado se hizo más crítica por dos razones: por la ineficaz
acción de los últimos gobernadores españoles y por el traslado de los soldados
que estaban acantonados en la frontera del Salado para la defensa contra los
aborígenes, para combatir en el norte contra los españoles invasores.
Mientras en la guerra contra los
españoles hubo entendimientos, concesiones, armisticios, respeto por los
prisioneros y atención a los heridos, no ocurrió lo mismo en la guerra contra
los indígenas, ya que no había posibilidad de entendimiento alguno. Los
aborígenes que atacaban Santiago del Estero, desde el otro lado del río Salado,
eran superiores en número a las tropas españolas que ingresaron desde el Alto
Perú. Cuando José de San Martín organizaba el Ejército del Norte en 1814, lo
preparaba para enfrentar a 1200 realistas, mientras que las poblaciones
santiagueñas eran amenazadas e invadidas por aproximadamente 4000 indígenas.
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